Empujé por última vez, y con un gruñido seco, derramé un resumen de mí mismo. «Bueno, eso fue —pensé—, ya está». Al tiempo que quedaba casi paralizado por la descarga orgásmica que recorría mi espina dorsal con la intensidad eléctrica de un rayo. Ella suspiró en la distancia, yo traté de mantener la compostura. ¿Se puede estar tan cerca de alguien y a la vez tan lejos? Habíamos completado con mecánica precisión el milenario rompecabezas de la humanidad entera. Acabábamos de resolver el enigma de la materia, el porqué de la vida, ese patético y sobrevalorado designio divino. Bravo, soldadito.